Un sarcófago decubierto en Luxor cerca del 1890 contenía el cuerpo de una princesa sacerdotisa que vivió en Inglaterra 1500 años A. C. Poco se supo de ella hasta que en 1890 fue trasladada al museo Británico y se manifestó: vigilantes indican que en la sala egipcia, desde su exposición, se escucharon voces, varios objetos se movían y las luces se encendían.
Uno de los cuatro exploradores que la descubrió fijó una suma alta y la subastó, pero al contratar a unos nativos e internarse en las arenas desapareció, ¿ y que pasó con los otros tres? uno perdió un brazo al ser herido en el campamento y los otros dos encontraron desgracias al
regresar a Inglaterra: el primero la bancarrota y el último una extraña enfermedad que lo dejaría paralítico.
Cuando el sarcófago llega a Inglaterra, su nuevo dueño, renombrado empresario del lugar, atravesaría la muerte de tres de sus familiares en un fatal accidente y el incendio de su propiedad. Entonces, ¿qué otra cosa haría un empresario supersticioso ante tanto infortunio? entregarla. El traslado al museo arrojó un herido por arranque repentino del vehículo y la rotura de la pierna de uno de los conductores. Además, otro operario involucrado murió a los pocos días de una enfermedad rara y así también el nuevo vigilante. La princesa fue expulsada del museo, pero quien no accediera al cuidado de la princesa sufriría graves consecuencias, y otra vez, uno de sus conservadores muere y su ayudante cae gravemente enfermo.
La prensa, ante tanto infortunio, comunica sobre la maldición y el fotógrafo que la retrata se vuelve loco y a los pocos días se propina un disparo en la sien.
Contra todo pronóstico un coleccionista la compra, encierra en su diván y busca ayuda. MadameHelena Blavatski, experta en ocultismo a principios del siglo XX le ruega que se deshaga de ella con premura. Dicen que un arqueólogo americano la adquirió, y que el mismísimo 10 de abril de 1912 la embarca en un lujoso barco que atraviesaría el Atlántico: el Titanic.